6.2.12

La semana pasada iba andando por la calle y me crucé con mi bibliotecario favorito de la calle hospital. Recordé aquella época en la que estaba obsesionada con él. Todas esas veces en las que intentaba provocar que el tiempo y el espacio coincidieran para verle y que apuntara los libros y películas que me llevaba prestados o devolvía. Recuerdo que la última vez noté que había envejecido muchísimo. Le escribí a álvaro preocupada ante esto y también le conté que habíamos estado hablando un poco. El hombre biblioteca apuntaba que se suele decir de Tarkovsky que es para las minorías, y que a pesar de ello observaba que por aquí viajaba bastante, todo eso haciendo un gesto con las manos adorable. Recordar esto, y verle, me llevó a rescatar una parte de aquel libro que álvaro me regaló de alberto olmos y que, a pesar de ser un tipo que no le cae muy bien, tenía escrito mi nombre.

Las bibliotecarias son las trabajadoras del mundo que más pinta tienen de estar haciendo lo que hacen como podrían estar haciendo cualquier otra cosa. Yo siempre me quedo mirando a las bibliotecarias y pensando qué otra cosa podrían estar haciendo. Manosear libros es algo para lo que evidentemente no ha nacido nadie. La de bibliotecaria no es una vocación, sino una renuncia. 

Por otro lado, perversiono a menudo con la idea de ser violado por una banda de bibliotecarias, sobre una mesa de biblioteca y con todas las novelas de William Faulkner encima, abiertas a coro por la página 33.


Trenes hacia Tokio,
Alberto Olmos.