8.7.11


Hay mil maneras de matar el tiempo y ninguna se parece a otra, pero todas valen, mil modos de no esperar nada, mil juegos que puedes inventar y abandonar de inmediato. Te queda todo por aprender, todo lo que no se aprende: la soledad, la indiferencia, la paciencia, el silencio. Debes desacostumbrarte de todo: de ir al encuentro de los que durante tanto tiempo has frecuentado, de tomar tus comidas, tus cafés en el sitio que a diario otros te guardaron, defendieron a veces para ti, de holgazanear en la complicidad sosa de las amistades que no terminan de morirse, en el rencor oportunista y relajado de los vínculos que se deshilachan. (...) A veces te quedas tres, cuatro, cinco días en tu cuarto, ya ni sabes. Duermes casi sin cesar. (...) Más tarde, mucho más tarde, te has adormecido de nuevo, te has vuelto del lado derecho, del lado izquierdo, te has acostado boca arriba, boca abajo, incluso quizá hayas encendido la luz.
Un hombre que duerme
Georges Perec.